De la fragilidad a la trascendencia

En medio del bullicio cotidiano y planes a futuro, la vida nos recuerda, a veces de formas desgarradoras, lo frágil que es nuestra existencia. La reciente tragedia en la discoteca Jet Set, con la pérdida de 231 vidas durante un concierto que prometía ser una noche de alegría, nos confronta con una pregunta esencial: ¿qué es lo que verdaderamente importa?

Mientras el país lloraba, decenas de hombres y mujeres respondieron al llamado de auxilio. Bomberos, médicos, paramédicos, policías, militares y voluntarios que, sin titubear, se adentraron en los escombros de lo que minutos antes era un espacio de celebración. En cada gesto de ellos vemos reflejado lo más noble del espíritu humano: la capacidad de arriesgarse por el prójimo. Igualmente valioso ha sido el trabajo de aquellos profesionales dedicados a la identificación de las víctimas. En el silencio de laboratorios y morgues, médicos forenses y técnicos devuelven nombres e identidades a quienes ya no pueden hablar, honrando así la dignidad que persiste más allá del fallecimiento. Y junto a ellos, debemos destacar a los comunicadores que eligieron el camino de la responsabilidad. En tiempos donde el sensacionalismo gana terreno, estos periodistas comprometidos optaron por informar con rigor y respeto, sirviendo como nexo vital entre autoridades y familias, mitigando la angustia y canalizando la solidaridad nacional.

En palabras de Séneca: «La vida, si no sabes usarla, es breve». Esta tragedia nos obliga a preguntarnos: ¿estamos valorando lo que es verdaderamente importante? ¿Vivimos con un propósito claro que dé sentido a nuestros días? Las 231 personas que perdieron la vida aquella noche salieron buscando alegría o simplemente a cumplir con su trabajo. Tenían proyectos, sueños pendientes, mensajes que no enviaron, abrazos que quedaron para después. Su partida repentina nos enseña que el valor de la vida no radica en su extensión, sino en su propósito y en cómo la vivimos cada día. Este lamentable siniestro nos invita a reflexionar sobre el sentido que damos a nuestra existencia, pues el propósito transforma los días ordinarios en una vida extraordinaria, convierte lo rutinario en trascendente y otorga significado incluso a los momentos de adversidad.

Este triste episodio coincide con la Semana Santa, tiempo de profunda meditación para los creyentes. Una época que nos habla de padecimiento, pero también de esperanza; de muerte, pero también de resurrección. La tradición cristiana nos invita a contemplar la aflicción como parte del camino, pero nunca como destino final. La música que convocó a tantas personas en el Jet Set se ha silenciado, pero su eco permanece como un llamado a valorar cada instante. Este tiempo sagrado nos recuerda que tras la pena más honda puede existir renovación, que las tinieblas nunca tienen la última palabra.

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