
A raíz de las tragedias ocurridas recientemente en República Dominicana, urge reflexionar y actuar con decisión para frenar la escalada de esta ruta silenciosa al abismo. El psicólogo social Jonathan Haidt, en su libro “La generación ansiosa”, ofrece claves para comprender el origen de esta crisis y caminos posibles para enfrentarla.
En 2024, según la ONE, el país cerró con 651 suicidios, un promedio de 54 al mes. Más del 80 % correspondió a varones. Detrás de cada cifra hay una familia en duelo y una sociedad que aún no asume la salud mental como prioridad.
A nivel continental la tendencia también preocupa. Mientras en el mundo las muertes por suicidio disminuyeron entre 2000 y 2019, en las Américas aumentaron un 17 %, convirtiéndose en la tercera causa de muerte entre jóvenes de 20 a 24 años, según la OPS.
¿Cómo llegamos hasta aquí? Haidt explica que, a partir de 2010-2012, ocurrió la “gran reconfiguración de la infancia”: los niños pasaron de una vida marcada por el juego libre y la interacción presencial, a otra centrada en pantallas, redes sociales y sobreprotección parental.La paradoja es clara: los jóvenes están hiper protegidos en la calle, pero desprotegidos en el mundo digital, donde abundan la comparación social, el acoso, la presión estética y los contenidos tóxicos. El resultado es un incremento sostenido en ansiedad, depresión, soledad y trastornos del sueño.En República Dominicana la realidad refleja esa misma tendencia. Nuestros jóvenes enfrentan sobreexposición digital, menos juego físico y un sistema educativo que privilegia las notas por encima del bienestar emocional.
El patrón de género es revelador: los hombres dominicanos, mayoría en las cifras de suicidio, reproducen lo descrito por Haidt: aislamiento, adicciones digitales, dificultad para expresar emociones y ausencia de redes de apoyo.
Las mujeres, en cambio, sufren más los efectos del ciberacoso y la presión estética, factores que alimentan depresión y autolesión. Todo esto ocurre en un contexto donde hablar de salud mental sigue cargado de prejuicios y silencios.
El Estado ha dado pasos importantes, pero aún insuficientes para contener una crisis que demanda acción en múltiples frentes: familia, escuela, comunidad y Estado.
En medio de este panorama, sobresale la iniciativa de la Dra. Elupina Tirado, especialista en consejería y terapia familiar sistémica, quien dirige en Estancia un programa de terapias psicoemocionales en escuelas. Su trabajo consiste en acompañar a estudiantes, capacitar a docentes y orientar a familias, creando un ecosistema de apoyo emocional dentro del aula.
Este modelo demuestra que la prevención es posible y efectiva cuando se actúa temprano. Llevar la salud mental al espacio escolar significa intervenir antes de que los problemas exploten, fortalecer la resiliencia y abrir espacios de confianza. Replicar y escalar experiencias como esta debería ser una prioridad nacional.
Combinando la evidencia internacional, la propuesta de Haidt y las lecciones locales, se pueden delinear cinco acciones inmediatas:


